Lujuria
Evidentemente, la vida sigue y es mejor mirar atrás. Cuando algo te asusta o te duele o te crea malestar es mejor sacudirte la cabeza, como cuando ves ciertas imágenes en los telediarios, justo cuando tienes un pedazo de comida en la boca ¿qué hacemos? Mirar para otro lado, pedir que te pasen la sal (eso queda muy yanki) o apretar otro botón de nuestro mando a distancia, el cual parece que es un apéndice de nuestro dedo pulgar. Por eso prefiero guardar los recuerdos que como muchas veces descrito casi con las mismas palabras- me hacen entornar los ojos y sacar una leve sonrisilla (sí, casi cara de gilipollas, como si estuviese fumada).
Hoy estaba pasando un mal día, bueno la verdad es que llevo unos cuantos; lo que más me jode es no saber por qué... no me quiero parar en esta parte. Rebobinemos. Hoy estaba pasando un mal día, y pensando en lo de quedarme con los buenos recuerdos, los más graciosos, los más irrisorios, he recordado esa experiencia pueril onanista que dejé pendiente hace unos posts jajaja...
Bajaré la luz e intentaré poner una voz radiofónica, de esas de a media noche...
En mi infancia pasaba mucho tiempo sola, por motivos que ahora no contaré. Todo el tiempo me lo pasaba viendo la tele, disfrazándome usando los tacones de mi madre, descubriendo revistas escondidas de mi padre... imaginando, imaginando hasta tal punto que descubres que si te tocas ahí o parte de tu cuerpo roza con algo, te gusta y cada vez sigues un poquito más, porque te agrada mucho más esa sensación, sabes que va a pasar algo, que vas a estallar, hasta que llega el orgasmo, con su consabido sentimiento de culpabilidad de las primeras veces (y de las segundas y terceras), quizá por una religión que te atornillaban en el colegio o por el hecho de estar descubriendo algo asombrosos y no poderlo compartir con nadie.
No sé a qué edad empezaría con estos coqueteos, totalmente conscientes, con el sexo, pero los recuerdo ya antes de hacer la comunión, quizás a eso de los siete años. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, pues imaginaba escenas con un supuesto novio, incluso, con alguna mujer. Un día, puede que tuviera nueve años, estaba en la habitación, la cama estaba deshecha y me disponía a recomponerla, más que otra cosa. Empecé a evadirme, y me tumbé sobre mi almohada, que había colocado a lo largo; ella era mi pareja sexual casi siempre, prefería hacerlo í antes que de otra manera más convencional. Casi nunca me quitaba la ropa, no hacía falta para llegar al clímax. Esta vez me levanté un poco la falda y me baje las bragas a mitad de los muslos. Comencé a cabalgar, cada vez estaba más desinhibida, sin ningún temor a nada, estaba sola. Estaba muy bien, casi a punto y, de repente, oí la voz de mi tía en la habitación. Salté de la cama y me subí las bragas ipso ipso. Un frío me recorrió todo el cuerpo y, después, los grados de la temperatura de mi sangre hicieron subir el rubor a mis mejillas, hasta que una gota de sudor me llegó al espinazo. Ella no me preguntó nada, yo dije algo ridículo (que no me atrevo a reproducir).
Estuve bastante tiempo sin masturbarme, no quería que la sensación placentera me remitiese a aquel fatídico recuerdo.
Una vez más, he de decir que el tiempo lo cura todo... y que con el tiempo se aprende y con la práctica también. Así, aprendí a olvidarme de todo sentimiento de culpabilidad, de todo el halo pecaminoso que rodeaba aquellas prácticas, todo infundado e inculcado por una educación insisto- escolar (no familiar) obsoleta, dañina y a contranatura.
Menos mal que ese autodidactismo, referente a escoger lo bueno del acto y desechar los fantasmas que me acechaban ensordeciéndome, hace que hoy me ría de estos y otros marrones (hablemos en plata) cuanto menos o más- ridículos.
PD: respecto al título, no pretendo seguir con los siete pecados capitales; sólo es una broma por todo lo escrito en el post anterior y todos sus comentarios.
Hoy estaba pasando un mal día, bueno la verdad es que llevo unos cuantos; lo que más me jode es no saber por qué... no me quiero parar en esta parte. Rebobinemos. Hoy estaba pasando un mal día, y pensando en lo de quedarme con los buenos recuerdos, los más graciosos, los más irrisorios, he recordado esa experiencia pueril onanista que dejé pendiente hace unos posts jajaja...
Bajaré la luz e intentaré poner una voz radiofónica, de esas de a media noche...
En mi infancia pasaba mucho tiempo sola, por motivos que ahora no contaré. Todo el tiempo me lo pasaba viendo la tele, disfrazándome usando los tacones de mi madre, descubriendo revistas escondidas de mi padre... imaginando, imaginando hasta tal punto que descubres que si te tocas ahí o parte de tu cuerpo roza con algo, te gusta y cada vez sigues un poquito más, porque te agrada mucho más esa sensación, sabes que va a pasar algo, que vas a estallar, hasta que llega el orgasmo, con su consabido sentimiento de culpabilidad de las primeras veces (y de las segundas y terceras), quizá por una religión que te atornillaban en el colegio o por el hecho de estar descubriendo algo asombrosos y no poderlo compartir con nadie.
No sé a qué edad empezaría con estos coqueteos, totalmente conscientes, con el sexo, pero los recuerdo ya antes de hacer la comunión, quizás a eso de los siete años. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, pues imaginaba escenas con un supuesto novio, incluso, con alguna mujer. Un día, puede que tuviera nueve años, estaba en la habitación, la cama estaba deshecha y me disponía a recomponerla, más que otra cosa. Empecé a evadirme, y me tumbé sobre mi almohada, que había colocado a lo largo; ella era mi pareja sexual casi siempre, prefería hacerlo í antes que de otra manera más convencional. Casi nunca me quitaba la ropa, no hacía falta para llegar al clímax. Esta vez me levanté un poco la falda y me baje las bragas a mitad de los muslos. Comencé a cabalgar, cada vez estaba más desinhibida, sin ningún temor a nada, estaba sola. Estaba muy bien, casi a punto y, de repente, oí la voz de mi tía en la habitación. Salté de la cama y me subí las bragas ipso ipso. Un frío me recorrió todo el cuerpo y, después, los grados de la temperatura de mi sangre hicieron subir el rubor a mis mejillas, hasta que una gota de sudor me llegó al espinazo. Ella no me preguntó nada, yo dije algo ridículo (que no me atrevo a reproducir).
Estuve bastante tiempo sin masturbarme, no quería que la sensación placentera me remitiese a aquel fatídico recuerdo.
Una vez más, he de decir que el tiempo lo cura todo... y que con el tiempo se aprende y con la práctica también. Así, aprendí a olvidarme de todo sentimiento de culpabilidad, de todo el halo pecaminoso que rodeaba aquellas prácticas, todo infundado e inculcado por una educación insisto- escolar (no familiar) obsoleta, dañina y a contranatura.
Menos mal que ese autodidactismo, referente a escoger lo bueno del acto y desechar los fantasmas que me acechaban ensordeciéndome, hace que hoy me ría de estos y otros marrones (hablemos en plata) cuanto menos o más- ridículos.
PD: respecto al título, no pretendo seguir con los siete pecados capitales; sólo es una broma por todo lo escrito en el post anterior y todos sus comentarios.
14 comentarios
Anónimo -
io -
Steam Man -
domvk -
Flashman -
pricher -
Quiara -
Ya haremos intercambio musical!!besitos:***
gasord -
Nimue y su kaos -
Jesus Jeronimo -
Me he quedado con curiosidad de saber la excusa que le diste a tu tia.
bart -
Quiara -
Esta claro q todo se supera y esta claro q la educacion ya esta obsoleta y se deberia hablar de estos temas abiertamente!!
Kisses:****
Skadhy -
Ahora es cuando me ruborizo y salgo corriendo hacia el baño! XDD
Lo mas seguro es que ya no posteen, si no que, al dedillo piensen y actuen según la frase que acabo de poner!
Tia! Me has recordado a Hesse en Demian, viva los agobios producidos por recuerdos infantiles! XD
pricher -