Primer beso
Ese día nos sentaron por parejas. Separaron las mesas quitándoles su forma poligonal, de colmena de abeja. Estaba en frente de un niño al cual le pregunté su nombre. Se llamaba Fernando.
Estuvimos toda la mañana haciendo formas con la plastelina. Él se empeñaba en hacer dinosaurios y ciudades aplastadas, yo era más vulgar y cursi, y hacía coronas y varitas mágicas, y joyas que pesaban un montón y siempre terminaban rompiéndose por la propia gravedad...
El segundo día éramos los mejores amigos, aunque para mí era el niño más guapo de la clase. Cuando sonó la campana, le di un beso furtivo, en la boca. Él se quedó helado, no dijo nada, recogió sus cosas y se fue sin esperarme.
Teníamos cinco años.
Me he remitido a esta historia para poder contar mis sueño de la otra noche.
De repente tenía cinco años, me encontraba en la misma mesa de antaño, Fernando estaba en frente, la plastelina de por medio, volví a besarle, pero esta vez el beso fue eterno; crecimos en el tiempo, hasta la actualidad. Estábamos de pie. Fundiéndonos en un abrazo. No sé cómo pasamos del beso al abrazo, pero no noté ningún intervalo en ello. Dábamos vueltas como en las pelis, como si estuviéramos subidos encima de un torno de alfarero para el efecto. Notaba sus orejas agujereadas cerca de mi mejilla. Miré a través de una de sus mirillas, y veía cómo todo giraba a mi alrededor: vi una noria, un puesto de palomitas, alguien disfrazado de King Kong, y cuando me di cuenta de que parecía que estaba dentro de Amelie, me desperté.
No era Fernando con quien me abrazaba.
Estuvimos toda la mañana haciendo formas con la plastelina. Él se empeñaba en hacer dinosaurios y ciudades aplastadas, yo era más vulgar y cursi, y hacía coronas y varitas mágicas, y joyas que pesaban un montón y siempre terminaban rompiéndose por la propia gravedad...
El segundo día éramos los mejores amigos, aunque para mí era el niño más guapo de la clase. Cuando sonó la campana, le di un beso furtivo, en la boca. Él se quedó helado, no dijo nada, recogió sus cosas y se fue sin esperarme.
Teníamos cinco años.
Me he remitido a esta historia para poder contar mis sueño de la otra noche.
De repente tenía cinco años, me encontraba en la misma mesa de antaño, Fernando estaba en frente, la plastelina de por medio, volví a besarle, pero esta vez el beso fue eterno; crecimos en el tiempo, hasta la actualidad. Estábamos de pie. Fundiéndonos en un abrazo. No sé cómo pasamos del beso al abrazo, pero no noté ningún intervalo en ello. Dábamos vueltas como en las pelis, como si estuviéramos subidos encima de un torno de alfarero para el efecto. Notaba sus orejas agujereadas cerca de mi mejilla. Miré a través de una de sus mirillas, y veía cómo todo giraba a mi alrededor: vi una noria, un puesto de palomitas, alguien disfrazado de King Kong, y cuando me di cuenta de que parecía que estaba dentro de Amelie, me desperté.
No era Fernando con quien me abrazaba.