Jana en las lianas 2
Esta historia del cole es más divertida y menos traumática que la anterior jajaja. Como dije, había otra anécdota en mi vida, en donde el problema fueron los leotardos...
El recreo, siempre el recreo. Acabábamos de salir al patio. Salíamos totalmente asalvajados, entre gritos y atropellamiento de piernas y cordones de zapatos. Allí estábamos Laura, Sonia, Mónica, Diana, Vanesa y yo como chicas; el grupo de los chicos compuesto por Carlitos, Joaquín, Paquito y Fernando (del cual estaba profundamente enamorada y lo sufría en silencio, como las molestas... bueno, que me desvío del tema). Queríamos jugar a algo en conjunto, algo que tuviera acción y fuese divertido, y que no fuera el rescate ni el látigo. Tuve que abrir mi piquito de oro, en qué hora...
¿Por qué no jugamos a V? ¿A V? ¿Cómo? Sí, pues hacemos de Diana, Donovan, ... ¡Vale!. Les pareció una idea cojonuda, pero claro, para hacerlo todo mucho más real, pues yo dije que las chicas podíamos meternos la falda por dentro de los leotardos y así se parecía mucho más a los monosexys de látex que llevaban las pibis de la serie.
Yo ya me creía la seductora y calenturienta Diana, con mis leotardos rojos. Seguro que hubiera sido capaz de comerme hasta una cucaracha con tal de creerme que estaba en la nave nodriza.
Tan ta tan ta chan ¡Estás muerto! ¡No! ¡Eso no vale! bla bla bla... Aparece la temible señorita María Luisa ¡Puso el grito en el cielo cuando vio a las seis niñas mostrando alegremente sus nada ondeantes formas debajo de los leotardos picajosos de lana!
El primer capón me lo llevé yo; debe ser porque volvía a llevar los de color rojo y cantaban más. Vaya bronca. Nos tacharon otra vez de exhibicionistas ¡y encima jugando con los chicos!. Buscaban al culpable, al promulgador de una idea tan revolucionaria. Ahora que lo pienso, me recuerdo a Garibaldi (jajaja), pero con el ejército de los leotardos rojos... Mea culpa. María Luisa me hizo quedarme después de las doce en su despacho. Todos los niños se fueron. El cole se quedó vacío y ella, mi verdugo, llamando a mi casa para que vinieran mis padres a recogerme. Contó con pelos y señales lo que había ocurrido, algo que consideraba totalmente intolerable e inmoral. Mis padres flipaban con la maquiavélica mente de la mujer esta, pero le siguieron el rollo y tuve que pedir disculpas públicamente.
Esta vez no hubo copias ni de cien, ni de quinientos, ni de mil, pero me ofendió profundamente y me cortó todo el rollo de querer jugar a V.
Ya no era tan real...
El recreo, siempre el recreo. Acabábamos de salir al patio. Salíamos totalmente asalvajados, entre gritos y atropellamiento de piernas y cordones de zapatos. Allí estábamos Laura, Sonia, Mónica, Diana, Vanesa y yo como chicas; el grupo de los chicos compuesto por Carlitos, Joaquín, Paquito y Fernando (del cual estaba profundamente enamorada y lo sufría en silencio, como las molestas... bueno, que me desvío del tema). Queríamos jugar a algo en conjunto, algo que tuviera acción y fuese divertido, y que no fuera el rescate ni el látigo. Tuve que abrir mi piquito de oro, en qué hora...
¿Por qué no jugamos a V? ¿A V? ¿Cómo? Sí, pues hacemos de Diana, Donovan, ... ¡Vale!. Les pareció una idea cojonuda, pero claro, para hacerlo todo mucho más real, pues yo dije que las chicas podíamos meternos la falda por dentro de los leotardos y así se parecía mucho más a los monosexys de látex que llevaban las pibis de la serie.
Yo ya me creía la seductora y calenturienta Diana, con mis leotardos rojos. Seguro que hubiera sido capaz de comerme hasta una cucaracha con tal de creerme que estaba en la nave nodriza.
Tan ta tan ta chan ¡Estás muerto! ¡No! ¡Eso no vale! bla bla bla... Aparece la temible señorita María Luisa ¡Puso el grito en el cielo cuando vio a las seis niñas mostrando alegremente sus nada ondeantes formas debajo de los leotardos picajosos de lana!
El primer capón me lo llevé yo; debe ser porque volvía a llevar los de color rojo y cantaban más. Vaya bronca. Nos tacharon otra vez de exhibicionistas ¡y encima jugando con los chicos!. Buscaban al culpable, al promulgador de una idea tan revolucionaria. Ahora que lo pienso, me recuerdo a Garibaldi (jajaja), pero con el ejército de los leotardos rojos... Mea culpa. María Luisa me hizo quedarme después de las doce en su despacho. Todos los niños se fueron. El cole se quedó vacío y ella, mi verdugo, llamando a mi casa para que vinieran mis padres a recogerme. Contó con pelos y señales lo que había ocurrido, algo que consideraba totalmente intolerable e inmoral. Mis padres flipaban con la maquiavélica mente de la mujer esta, pero le siguieron el rollo y tuve que pedir disculpas públicamente.
Esta vez no hubo copias ni de cien, ni de quinientos, ni de mil, pero me ofendió profundamente y me cortó todo el rollo de querer jugar a V.
Ya no era tan real...
1 comentario
jj -
era diver,los hay que ya nacieron para ser carrozas, en
cualquier tiempo.