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jana

El columpio

El columpio El Rococó no es una de mis épocas pictóricas favoritas, pero siempre que oigo o leo esa palabra mi mente enfoca perfectamente “El columpio” de Fragonard. Recuerdo que aparecía en mi libro de arte y ocupaba una página entera. Me pasaba varios minutos mirando la lámina, recreándome en todas las formas. Me resultaba una obra de lo más caprichosa. Muy cursi, sí, pero muy delicada. Me envolvían las volutas de la falda de la mujer, confundidas entre las hojas de los árboles y las flores y el detalle del zapato volando, totalmente actuando de fetiche. Se me empeñaba un cuadro de gran carga sexual. El viejo, fatigado, tira del columpio para complacer a la dama. El joven, en el suelo, borracho por la visión que tiene. Una estatua con dos putti, en donde uno de ellos es incapaz de mantenerse estático y tiene que mirar, asombrado, lo que deja entrever esta descocada mujer.
El zapato, diminuto, me resulta protagonista del cuadro; un zapato disparado por la inercia. A la señora o señorita parece no importarle, se deja llevar por un momento de desinhibición plena. Domina la situación y a los personajes. El hombre, con su sombrero en la mano, parece querer recoger todo lo que se le venga encima, dervirgando a algunas flores a su paso, si se tercia.
El movimiento, es prácticamente ficticio; es imposible que el columpio lleve esa trayectoria, ni siquiera creo que sea capaz de moverse con un balanceo normal, típico de estos juegos. El vestido, se empeña en levantarse entre partes de las cuerdas de forma imposible, incluso las piernas de esta impasible dama, adoptan una postura digna del “hombre de goma”. El joven, con apariencia de la condición de Farinelli, tiene cara de encontrarse realmente confortable, a pesar de estar incrustado en unos ramajes nada agradables al tacto.
Pero en el fondo me gusta. Observo de forma entrañable los detalles. Las florecillas abajo del todo, el asiento de textura aterciopelada, la flor de color rosa en la chaqueta del joven y, sobre todo, ese zapatito, volando, con su tapa en el tacón y todo...

1 comentario

Mandrake -

A mí me ocurre lo siguiente con el Rococó, estilo de abuelas, me empacha y se me indigesta. Debe de ser por el uso de tanto pastel en el color. Aun así es cierto que algunas de sus obras desprenden un clima extrañamente onírico. Eso es lo que pasa con el columpio. De pequeño mis hermanas y yo teníamos un pequeño marquito con una reproducción de El columpio. Nos encerrábamos en un cuarto, bajábamos las persianas e invocábamos al hada del cuadro, porque eso era para nosotros la dama del cuadro, un hada que incluso tenía nombre para nosotros. Cada vez que veo el cuadro de Fragonard viajo en el tiempo a mi infancia y no puedo evitar ver el Hada, y me siento el niño a quien la inocencia privaba de los problemas en un mundo mágico. Es el recuerdo de esa sensación constante de la paz del enamoramiento y la pureza en mi vida dándose de bruces con los sentimientos que rigen mi percepción en la vida adulta, sin entender jamás el porqué.